Nos comprometimos asimismo a presentar cada año en el Templo de nuestro Dios los primeros frutos de la tierra y de cualquier clase de árbol, así como los primogénitos de nuestros hijos y de nuestro ganado, tal como está escrito en la ley. Los primogénitos de nuestras vacas y ovejas los traeríamos al Templo de nuestro Dios para los sacerdotes que ofician en el mismo. También nos comprometimos a traer a los almacenes del Templo de nuestro Dios, y con destino a los sacerdotes, lo mejor de nuestra harina, de nuestras contribuciones, de los frutos de cualquier clase de árbol, del vino y del aceite. A los levitas les entregaremos el diezmo del fruto que produzca nuestra tierra; ellos mismos lo recogerán en todas las poblaciones donde trabajamos. (Nehemías 10:36-38 –BLPH)
En nuestro contexto, es muy común considerar el canto congregacional como el núcleo de nuestro culto público. Sí, sin duda, es a través de nuestros cantos como afirmamos nuestra identidad como pueblo de Dios y nos alegramos en el Dios de la vida y la salvación. Sin embargo, en términos bíblicos, todos los actos de culto público deben conducir a una forma particular de vida, a la ética como forma de relacionarse con toda la realidad. Nuestro canto en el culto debe estar sostenido por una base ética, que en este pasaje de Nehemías intenta definirse por un conjunto de requisitos mínimos.
La ‘ética mínima’ a la que se comprometieron Nehemías y el resto del pueblo incluía definir claramente la identidad familiar que corresponde a los hijos de Israel, presentar diezmos y primicias del fruto de su trabajo—para sostener el culto, respetar el día de reposo, y observar las prescripciones del año sabático.
Ellos consideraron que eso era lo más importante de toda la ley. En el intento de afirmar su identidad como pueblo, observamos que no incluyeron en su ‘ética mínima’ los dos grandes mandamientos de la ley, según el Señor Jesús: Amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a uno mismo. Nos preguntamos por qué pusieron énfasis en estos puntos.
Para explicar el énfasis de este compromiso, hay que pensar que hay acciones y significados. Una cosa es el gesto, el acto de presentar primicias y diezmos, y otra cosa es lo que significa esa acción. Las primicias son los primeros frutos de las cosechas. Es el primer canasto de naranjas o de manzanas. El diezmo es la décima parte de toda la ganancia. Separar el diezmo y ofrendar las primicias son acciones cargadas de significado.
Preocuparse por el asunto de con quién se van a casar nuestros hijos e hijas también es un gesto que tiene significado. Todos estos actos son indicadores de prioridad. Todas estas acciones tienen significado. Señalan hacia algo que es importante. Es algo que tiene prioridad. Son acciones que indican que queremos poner a Dios en primer lugar en nuestra vida.
El problema sería que es posible que el pueblo se quede en la acción solamente y que no conozca el significado. Puede ser que el pueblo piense que agradar a Dios es simplemente cumplir con la ‘ética mínima’, sin entender cuál es el significado que sustenta esa conducta. De hecho, eso es lo que el Señor Jesús criticó a los escribas y fariseos. Se concentraban tanto en el diezmo que hasta asfixiaban a las viudas extrayéndoles a la fuerza el diezmo (incluso del comino), pero por dentro tenían el corazón descompuesto. Eran como sepulcros pintados de blanco. Por dentro, todo podrido, aunque por fuera, observaban el diezmo. Una cosa es necesaria sin dejar de hacer la otra. Es decir: hay que realizar la acción, pero sin perder de vista su significado.
¿Dónde queda la prioridad? Dice el proverbio: Por sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida. La prioridad según la Palabra no son los aspectos externos, porque éstos se pueden fingir y convertirse en rituales fríos y sin sentido. Pero si la acción sale del corazón, según la cosmovisión de la Palabra, lo más importante está ahí, e indica quién es la persona más importante de nuestra vida.
Pidamos al Señor que nos ayude a mirar hacia adentro, para ver las prioridades que están indicadas por nuestras acciones. Que podamos dar sentido a todos nuestros actos de adoración. Amén.