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El cantar congregacional y el fortalecimiento de la comunidad

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Nada define más profunda y claramente a una comunidad que el repertorio de cantos que tienen en común. A pesar de que el cantar congregacional es primeramente un acto de adoración, este es también una celebración de la comunidad. El cantar congregacional es el cuerpo de Cristo presentado de una forma completa y visible, haciendo que sus voces sean oídas, resonando su alabanza, oración y testimonio para que sea escuchado por todos. Jóvenes y viejos, ricos y pobres, el fortalecido y el que tiene dificultad, el feliz y el triste, el miembro longevo y el visitante primerizo, todos son atraídos a un repertorio de esperanza compartido y entonado.

La identidad es establecida a través del compartir y cantar de la comunidad. El “yo” de “mi canción” y de “tu canción” se transforma en el “nosotros” de “nuestra canción, nuestra historia y nuestra esperanza”. Esta es una de las razones por las que es importante que las diferentes generaciones presentes en una congregación aprendan los cantos unas de las otras. Cada congregación es una familia de creyentes que están en un recorrido de fe. Los cantos de nuestra herencia fortalecen los cantos de nuestro presente y fomentan los cantos de los jóvenes que serán los líderes del mañana. El cantar congregacional no debe ser visto como una oportunidad para establecer control sobre nuestra alabanza, pues este no es una competencia ni debe ser usado para dividirnos. El canto congregacional es la historia del recorrido compartido de una comunidad en Cristo. Los cantos de nuestra alabanza deberían recalcar el desarrollo y movimiento natural de los jóvenes convirtiéndose and adultos y luego en ancianos. Cada etapa de la vida debería estar presente, apropiadamente involucrada en la vida de la iglesia y representada en los cantos mutuamente entonados.

No aprendemos nuevos cantos para poder mantener los jóvenes en la iglesia, ni tampoco para atraer aquellos que están buscando una. Aprendemos nuevos cantos porque cada día trae una nueva bendición. Enseñamos las canciones antiguas a nuestros jóvenes porque cada día está construido en los cimientos de las bendiciones pasadas. Cantamos los cantos antiguos y nuevos en la misma experiencia de alabanza porque nuestra alabanza es para Dios y acerca de él, el Dios para el que un día es como mil años y mil años como un día. Nosotros cantamos lo nuevo y lo antiguo en el mismo culto porque el Dios que adoramos existe en el “eterno ahora”, el día eterno en el que no hay noche.

El cantar congregacional es al mismo tiempo una alabanza para Dios y una ministración para cada uno. Cada domingo habrá personas presentes en nuestras iglesias que concluyeron una semana extremamente difícil y estarán empezando una con poca esperanza de que sea mejor. Estas personas han pasado por experiencias significativas en el espacio de tan solo una semana, y lo único que les queda por hacer es presentarse en el lugar correcto a la hora correcta. No hay canto alguno en ellos, están presentes pero presentes sin ninguna canción. Estos hermanos y hermanas necesitan escuchar el cantar de aquellos de nosotros para los que, la semana que pasó y la que está por venir, están llenas de gozo y promesas. Los miembros en dificultades necesitan escuchar el testimonio gozoso que podemos cantar como una declaración de que Dios todavía está en el trono, de que la fe todavía funciona, de que Jesús todavía es el Señor. Al alabar a Dios a través del canto animamos a aquellos que nos rodean. Le cantamos a Dios en lugar de esas personas, hasta que ellas puedan cantarle por sí mismas. Esto es la comunidad trabajando en alabanza y ministerio.

El cantar congregacional es un ejercicio en la compartición pues no siempre lo hacemos a nuestra manera o de acuerdo a nuestros deseos. Compartimos un lugar y un espacio con otros cuando nos reunimos en una congregación. Algunas veces las canciones son nuestras favoritas y otras veces nuestras menos preferidas. El cantar congregacional nos hace humildes para el bien de la comunidad en cuanto esa comunidad aspira a vivir esa respuesta a la oración de Jesús: “Para que todos… [mis seguidores]… sean uno” (Juan 17:20-21). Cantar los cantos unos de los otros es un acto de obediencia y también una oportunidad para cumplir la oración de Jesús. El cantar los de todos en una comunidad en adoración es darnos a cada uno preciosos regalos, esto en cuanto nos inclinamos delante de Aquel que nos ha dado el regalo de la vida eterna.

Es ahí que se encuentra el aspecto del cantar congregacional y el fortalecimiento de la comunidad. Las canciones se quedan con nosotros aun cuando estamos solos. Cuando el culto dominical matutino ha terminado, cuando la congregación se ha dispersado hacia sus casas y otras responsabilidades durante la semana, cuando todos hemos regresado a nuestro pequeño mundo, el cantar congregacional siempre va con nosotros. Cuando recordamos esos himnos, esas canciones y esos coros, es como si la congregación estuviera con nosotros en nuestra soledad. La comunidad se reúne en nuestra mente y en nuestro corazón a través de las canciones que recordamos. Cuando recordamos esas canciones que entonamos en común, recordamos también el ambiente caluroso de la reunión. Recordamos los corazones y las voces de nuestros hermanos y hermanas en la congregación. Vivimos con el recuerdo de los cantos y de la familia espiritual a través de la semana que lleva del compañerismo recordado a el compañerismo anticipado. De esta manera, cargamos con nosotros nuestra alabanza día tras día, alabamos y oramos sin cesar. Vivimos en la fuerza de la comunidad de creyentes, a la cual llamamos “nuestra congregación” y en la comunidad más expandida que llamamos “la Iglesia”, a causa de los cantos que tenemos en común. Gracias sean dadas a Cristo.

 

Por Terry York

Terry W. York es Decano Asociado de Asuntos Académicos y Profesor de Ministerio Cristiano y Música Eclesiástica en el Seminario Teológico George W. Truett de la Universidad de Baylor. Se unió a la facultad en 1998 después de servir tres años como Pastor Asociado de la Iglesia Bautista Park Cities en Dallas, Texas. Dr. York recibió la licenciatura en Artes de la Universidad Bautista de California, y su maestría en Música Eclesiástica y su doctorado en Artes Musicales del Seminario Teológico Bautista de Nueva Orleans.